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ESTIGMAS URBANOS por Rafael Iglesia

Hasta no hace mucho, cuando los edificios de altos solo contabas con escaleras, los ricos vivían en el primer piso, la planta baja era destinada al comercio y o vehículos, los más pobres ocupaban los pisos superiores. Pobres y ricos se cruzaban en las circulaciones, incluso sus hijos compartían juegos y o colegios. Es decir en un mismo edificio vivían ricos y pobres. Pero con el ascensor todo cambio, de allí en más hay edificios de ricos y edificios de pobres y en distintos barrios. Edificios y barrios con el tiempo fueron dejando de ser un lugar de heterogeneidad social. Esto viene a cuenta para ver como pequeñas cosas, como el ascensor, sin tener esa pretensión, producen cambios insospechados en la estructura espacial de una sociedad. Seguramente en un futuro, (por obra de las nuevas tecnologías) habrá agrupamientos de ricos y de pobres. Y probablemente centro y periferia intercambien sus roles y el perfil de sus habitantes.

Si un elevador que sólo facilitó subir y bajar fue capaz de hacer esto, Internet que disminuye la necesidad de trasladarse (entre otras cosas), provocará cambios insospechados. El ascensor produce concentración, la informática dispersión. Con el Mercado sucede lo mismo, en época de la Era Industrial, convocaba, era un lugar de encuentro. Las ciudades de hoy son consecuencia de ello. Pero ahora el Mercado tiene otro comportamiento, produce todo lo contrario: dispersión, ya no convoca. Este no es un dato menor a la hora de analizar una ciudad. Sobre todo si se tiene en cuenta que nos hemos agrupado de acuerdo a los modos de producción y comercialización. Sin embargo se sigue pensando como si nada hubiese pasado, y no me estoy refiriendo a nuestra ciudad, estoy generalizando, y no discutiendo particularidades, ya que creo que esta es la única manera de tratar de entender estos temas en estos tiempos. Por otro lado, las transformaciones urbanas tienen que ver con cambios económicos y tecnológicos, más que con políticas urbanas, sobre todo en países inestables. Y estas últimas no siempre tienen las consecuencias que planean los que tratan de codificarla.

En nuestra ciudad, se recupera la costa por la privatización de los Ferrocarriles. El parque de la costa es un lujo. Ahora bien, las ciudades prosperas no tiene vista al rio o al mar, sus costas están saturadas de puertos e infraestructuras. Como cuando éramos ricos. En cambio los países pobres tienen vista al mar, palmeras, sombrillas, caipiriña y otras atracciones. El Parque de España un espacio público y democrático producto de un gobierno que no tenía esas pretensiones. El puente Rosario-Victoria, no produjo grandes cambios, a pesar de que en su momento se anunciaban importantes conflictos circulatorios. El Casino, estéril como herramienta de transformación urbana, que seguramente debe su inadecuada localización a presiones políticas, más que a estrategias urbanas. Lo único que genera es pobreza, jugando con la necesidad de la gente. Sería interesante ver las consecuencias negativas que provocó en ciudades donde se instalaron estos emprendimientos, por ejemplo Melicué.

Por otro lado, hay pequeñas operaciones como la forestación que se realizo en el centro de la ciudad que han sido de gran impacto y le han cambiado el carácter a la calle, el primer espacio público por excelencia. Esto y el ensanchamiento de algunas veredas, ha transformado una circulación en una experiencia urbana, generando lugares de encuentro espontáneos que revitalizan el espacio público. Estas operaciones modifican el hecho urbano más que un Guggenheim.

Hoy, hay un tema que preocupa a los constructores y a los controladores de la “imagen de ciudad”, con respecto a la altura de las edificaciones, políticas de “completamiento” edilicio y cuestiones referidas al Patrimonio urbano. En este último punto se debería hablar de patrimonio sustentable. Y así como hay que tener respeto por el pasado, también lo hay que tenerlo por el presente, para poder construir nuevos pasados. Una casa vieja no es patrimonio, dejar las fachadas es ridículo, y nada tiene que ver con la identidad.

Por cuestiones operativas aquí, se ha llegado a demoler una fachada vieja y vuelto a construir porque alguna ordenanza así lo dispone. Esto en el mejor de los casos es insensato, por no decir otra cosa. Los silos, el patrimonio urbano más importante de la ciudad, ya que son fundantes, han sufrido varias bajas. La protección que hace aquí con propiedades viejas es producto de una dependencia cultural. Europa las mantiene porque las ha transformado en objeto de consumo turístico, no solo son sustentables, son redituables. En América las distancias dentro del casco urbano se miden por cuadras (espacio), en Europa por minutos (tiempo). Ellos tiene tiempo, nosotros espacio, somos más geográficos que históricos. Ese es un rasgo fuerte de identidad que nos caracteriza, y no un muro con molduras de dudoso prestigio. La ciudad americana es distinta, tiene un trazado homogéneo y un alzado irregular, ya que fue hecha con una tecnología más contemporánea, a diferencia de la estructura urbana europea que es su opuesto, un alzado regular sobre una planta irregular, ya que se desarrollaron en otro tiempo y bajo otras circunstancias. Esa característica es la que se debería mantener y no las “políticas de completamiento” que no tiene ningún sentido y van contra nuestra identidad, pretendiendo una morfología urbana homogénea. Una guerra perdida que solo crea conflictos. Habría que avisar que la batalla es para el otro lado.

La ciudad tiene una lógica solidaria. Si se instala en la manzana una escuela por ejemplo. Enseguida aparecen espontáneamente los kioscos, fotocopias, los ciber, locutorios, bares etc.…. Y si en una cuadra de baja altura se realiza una torre, las molestias e invasión a la privacidad de los linderos, son recompensadas, ya que el hecho de que este emprendimiento sea posible en ese lugar, hace que el valor de los terrenos linderos aumente su valor. Es decir indemniza. Las ordenanzas tardías entorpecen esta transacción.

En realidad la altura no marca ningún parámetro respecto a la calidad de vida. Hay ciudades como NYC de grandes alturas con buena calidad de vida y ciudades como Barcelona que con baja altura consiguen el mismo efecto. Lo que haría que tener en cuenta es: ¿Cómo?, ¿Con que actividad?, ¿Con que densidad? ¿Planta baja libre? ¿Qué superficie se apoya en el terreno? ¿Publica? Y no cuantos pisos, ya que éste es un dato menor. A la ciudad lo que la nutre es su relación con la vereda, ya que los primeros metros en altura de un edificio sobre el suelo son los que el paseante disfruta o sufre. En esa franja se desarrolla la vida urbana. Hay altas torres como en calle Entre Ríos al cuatrocientos de gran calidad urbana, no solamente por sus formas sino porque instala un lugar para la gente. Así como hay edificios bajos que no la tienen ninguna bondad, y en algunos casos cuentan con mayor densidad que muchos de mayor porte. Algunos manifiestan que el tema es que estas edificaciones saturaran las infraestructuras, pero es todo lo contrario, no es un problema. La ciudad para ser tal debe generar demandas y el aumento de densidad hará que esas demandas puedan ser afrontadas económicamente, y habrá trabajo…etc. También están los que las cuestionan porque impiden que entre el sol, hoy ya sabemos que gracias al agujero de ozono esto ya no es tan saludable. Otros manifiestan que el precio de las propiedades ha subido por qué no se puede hacer más altura o más metros. Es una verdad a medias. Si bien hay ordenanzas que perjudican inversiones y que nada tiene que ver con el bien común. Generalmente si en un terreno se puede hacer más metros el precio de este sube, hay una relación directa con estos índices. En la mayoría de los casos los precios altos de las propiedades responden a la alta calidad de vida que ofrece un determinado lugar. En NYC, Londres, Madrid, el precio es mucho más caro. Si los precios suben en este rubro podría no ser una mala señal. En cambio las propiedades de los barrios de esta ciudad que figuran en el mapa del delito seguramente bajaran de precio, producto de pertenecer a esa cartografía delictiva.

La ciudad es la gente y fundamentalmente intercambio, sin embargo se tiende a verla como una suma de objetos que se relacionan entre ellos, “dialogan” decimos los arquitectos. Los códigos ponen su atención en estos puntos, cuando en realidad lo que habría que tener en cuenta es la relación entre la carne y la piedra, el hombre y los edificios, y los hombres entre ellos. Hoy es más importante la localización de las actividades que la morfología edilicia, y la relación de ésta con el espacio público. Porque lo que está en crisis producto de las nuevas tecnologías, es el anclaje espacial de las actividades del hombre. Solo la vivienda, el depósito y traslado de mercaderías parecen depender de espacios específicos para “funcionar”. Lo demás tiende a volverse virtual, incluso el espacio público, que anda navegando por Internet.

La cantidad de metros construidos y la altura, no son datos elocuentes, si lo es la densidad y las actividades, su manipulación es la que puede provocar los grandes cambios. Si en el micro-centro hubiese torres de alta densidad con más viviendas tendríamos actividades hasta altas horas de la noche, y se fomentarían servicios para satisfacer esa demanda. En cambio si son oficinas después del horario comercial el lugar queda desierto, como la city bancaria cuando culminan sus prestaciones. Actividad esta ultima que va dejando en su camino edificios y gente desocupada para incorporarse a la Red multimedia. Si las universidades estuviesen en el área central tendríamos una población flotante hasta altas horas de la noche; y se utilizaría toda una infraestructura que después del horario comercial queda ociosa.

Especular no es una mala palabra. La ciudad necesita de los “especuladores” y de un estado que también “especule” para trasformar los intereses individuales en un bien común. El espacio semi-publico es el lugar donde se pueden encontrar los intereses de los que invierten, que corren riesgos, que ganan, que pierden y la Sociedad, que es la que les da esa posibilidad, para que todos obtengan lo que pretenden o más.

Lo más significativo seria trabajar sobre la relación del edificio con el espacio público, si este tiene diez o veinte pisos no importa demasiado para la calidad urbana, y si para el invierte. Esta relación y no cuidar la silueta de la ciudad es lo importante. Desde la arquitectura se debería tratar de dar respuestas que favorezcan los intereses de ambas partes, para que ésta recupere su verdadera razón de ser: una herramienta de encuentro social.

Podremos estar de acuerdo o no en algún punto, y habrá que discutirlo, pero este tipo de razonamientos y otros más lucidos son necesarios para resolver lo inmediato, lo urgente. Pero para ver lo importante habrá que dejar de lado las particularidades, y tratar de pensar cómo será una ciudad del siglo XXI ante el impacto de las nuevas tecnologías y el modelo económico que impone la Globalización y sus cosas. Cuando ya no alcance con reproducir las experiencias de otros, habrá que avanzar subjuntivamente, solos en la madrugada de este siglo, para tratar de de pre-ver un futuro inevitablemente imprescindible, que ya no es el mismo que esperábamos y que se anuncia ávido de respuestas que la tradición y la experiencia no pueden dar. Un universo más allá de lo racionalmente visible. Ese más allá incierto de Borges cuando escribe: El porvenir es inevitable, preciso, pero puede no acontecer. Dios acecha en los intervalos. O en las esquinas.